miércoles, 29 de abril de 2009

Juan Carlos Chandro, Ingeniero de Sueños, Ilusiones y Sonrisas.



Cuando a mis amigos les digo, con orgullo, que tengo un amigo escritor, hay veces que no se produce el efecto de admiración que espero. Cuando digo que es un escritor de cuentos infantiles la cosa cambia y esto creo que se debe a que hay escritores y ESCRITORES. No hay nada más que comparar con los periodistas, profesión que con el mismo nombre aglutina periodistas de periódicos, de investigación, presentadores, de prensa rosa, de telebasura, etc, y también a muchos escritores que ante la ausencia de ideas para escribir una obra, aprovechan las rentas de libros de éxito pasados, para rellenar columnas y columnas que son olvidadas por los lectores en cuanto se pasa la página.
Entonces, pensando en como calificar el trabajo de Juan Carlos, me sumergí en el diccionario y vi palabras muy bonitas, y olvidadas pero que no servían porque eran todo lo contrario a lo que él hace, palabras como escribiente, escriba, escribano, incluso amanuense, que con los ordenadores casi hemos desaparecido y ya casi nadie disfruta de ese olor a tinta que desprende el papel, cuando las ideas fluyen y el papel se llena de letras como si una primavera inspiradora hubiera llegado a la imaginación.
Y en ese momento mi imaginación voló varios años atrás, y vi a un niño pequeño en su pueblo, afortunadamente sin televisión, al que su padre le contaba el cuento de Pulgarcito enseñándole el dedo pulgar y repitiéndole que si, que era así de pequeñito, y él veía los pequeños brazos y dientecitos de Pulgarcito, y veía zapatos de cristal, y soñaba con países en los que los cochinos que él veía por la calle todos los días, se llamaban cerditos, hacían casas y hablaban, e incluso había otros países en los que se llamaban chanchitos y eran voladores, y el miraba al cielo por si veía alguno.
Y ese niño cuando iba a dormir exigía más y más cuentos y sus sueños eran sueños de castillos y princesas, y cuando despertaba solo deseaba llegar al colegio con la ilusión de volver a ver esos cuentos leídos y releídos por él y por muchos otros antes, y cuando volvía a casa sabía que si se portaba bien, volvería a escuchar otra vez esas grandes aventuras que siempre terminaban bien, y en su cara siempre se veía una sonrisa.


Y entonces recordé un libro que leí sobre puentes en el que se hablaba de posiblemente el puente más bello del mundo, el de Salgina-Tobel de Robert Maillart, que es un puente muy estrechito, en medio de las montañas de Suiza y que fue construido para que unos niños de un pueblo muy pequeñito pudieran ir a la escuela, y entonces pensé en la labor de estos grandes ingenieros, tratando de que las personas pudieran viajar, beber agua, transportar el fruto de su trabajo, en fin, de mejorar su vida, realizando muchas veces obras que saben que van a ayudar a solo unos pocos, y no les darán la fama, pero que los que las usen serán más felices y posiblemente mejores personas.

Y comparé este trabajo con la labor que hace Juan Carlos con su imaginación y cariño y vi que el resultado era el mismo, por lo que decidí inventar una nueva profesión, a la que es muy difícil pertenecer y de la que uno de sus grandes exponentes es Juan Carlos, Ingeniero de Sueños, Ilusiones y Sonrisas y entonces volví a soñar como cuando era niño, y soñé que de mayor sería como él.

Arturo Romero


2 comentarios:

  1. Gracias Arturo por dejarme publicar tus palabras, bellas e interesantes como siempre. Un lujo tenerte como amigo.

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  2. Gracias, Arturo. Pero creo que el puente más bello es el que se tiende entre dos personas utilizando como material los actos y las palabras. Y tú eres un Ingeniero de la Amistad. Lo acabas de demostrar una vez más.

    Juan Carlos

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