domingo, 14 de junio de 2009

El principito ya tiene compañero



Hay libros que se abren a nosotros como las puertas de un jardín humilde, invitándonos a un paseo relajado en el que no se adivinan grandes sobresaltos ni complicados giros, pero que dibujan en su desarrollo la trayectoria de esa flecha que, sin más pretensión que el tino, simplemente da en el blanco. Su sencilla precisión les impide envejecer, nos ofrecen en nuestras primeras lecturas perspectivas perfectamente integrables en nuestros esquemas infantiles, y se van llenando mágicamente de nuevos matices y de enfoques sorprendentes según vamos madurando. Crecen con nosotros. Suelen ser libros que no son lo que parecen, o tal vez sí que lo sean y precisamente por su falta de artificio consigan eludir nuestros intentos de catalogación. Ya se sabe a estas alturas del cuento: lo esencial es invisible a los ojos y, me da la impresión, tan tremendamente simple que se escurre entre los vanidosos dedos de los escritores que intentan apresarlo. Un sombrero, de sobra se conoce también, puede ser una boa que se tragó a un elefante, y cabe la posibilidad de que el borrachín que se tambaleaba en el barrio de tu infancia albergara en su interior un mapa desconocido que cambiaría tu existencia.

El de la calle en que me crié trabajaba como comercial de lencería y sobrellevaba una adicción aún más fuerte que la que lo ligaba al vermú: la lectura. Era un hombre discreto y cultivado pero, a pesar de vivir su querencia a la botella de una forma harto elegante, no disfrutaba de buena reputación en la calle ni podía presumir de amigos. Tal vez, como a aquel astrónomo árabe que descubrió un asteroide, le fallaron las formas. Un día, imagino que por verme siempre cargado de tebeos, se dejó llevar por un impulso y me regaló un libro. Me es difícil discernir si me siento más en deuda con Saint-Exupery por no darse la piña con el avión antes de escribirlo, o con aquel vecino por no dejarse llevar por la cirrosis sin habérmelo cedido. No voy a demorarme en una obra tan de sobra conocida pero, eso sí, aprovecharé para recomendar a todo padre de algún niño que aún no la tenga a mano que, en estos días tan propensos al regalo, además de la consola, suministren a su hijo un Principito. Y de paso, si no lo leyeron, háganlo.

Se encontrarán con un problema: es un libro difícilmente emparejable en el estante de la biblioteca. En la mía custodió en soledad su honorífico rincón durante muchos años. Con la entrada del nuevo milenio, encontré por fin un compañero adecuado, otro libro concebido para niños que se resiste con la misma tenacidad que el anterior a ese encorsetamiento y que, como él, consigue acariciar el hechizo que nos abre la puerta a lo esencial. El narrador Juan Carlos Chandro y el dibujante Gonzalo Izquierdo ganaron el II Premio de Literatura Infantil Ilustrada Tombatossals con el álbum “Un Sueño Redondo”. Las oníricas ilustraciones de Izquierdo, con su profundidad espacial, su trazo libre y sinuoso, y algún que otro truco sorprendente, consiguen un efecto de animación que nos acompañará en un viaje de ida y vuelta al sol en quince frases. Lo que oyen. Nos sobrará tiempo para conocer, con una disección homeopática y tremendamente lúcida, los problemas que aquejan a niños y mayores, a casas y ciudades, a estrellas y planetas, a valorar todos ellos en su justo pulso palpando la arteria común que los irriga e, incluso, a intuir la solución. Como todas las respuestas acertadas a las preguntas inspiradas será, naturalmente, muy sencilla. De alguna forma, siempre he sospechado que si formulamos una pregunta con la suficiente puntería, la respuesta con que nos premiará nuestra dedicación será enciclopédica, global, una especie de comodín válido para contestar a todas las preguntas imaginables. Cuestión de tino.

No es más que un sueño. Pero eso sí, redondo. Un texto iluminado, no sólo por las ilustraciones de Izquierdo, sino por la prosa de Chandro que consigue, con precisión y sencillez, sujetar entre sus dedos esa chispa tan esquiva a todos los que intentamos escribir. Un original libro que despliega un manojillo de detalles importantes de este juego de la vida que todos olvidamos con facilidad. Ya se sabe: lo esencial, como no se ve, se nos escapa. Y es una pena.


Artículo publicado por Fernando Benito en Noticias de La Rioja.